Lejos de Casa – Capítulo 3: Nivel Diez

Publicado por JLT en

Lejos de Casa – Capítulo 3: Nivel Diez

Día 24 del mes Tercero del año 3260 – 11:45 PM – Nivel Nueve, Ciudad de Velantra

Su hija se levanta por un fuerte ruido que proviene desde el nivel superior y ve a su Padre sentado sobre una roca. El dragón tiene la mirada decaída y se lamenta por su situación. Se siente perdido y la única cosa que lo mantiene a flote en un charco que lo arrastra al abismo, es su familia. Es una sensación extraña que le causa conflictos internos; antes de que toda su vida se hundiera en la miseria, él era un reconocido guerrero de su avanzada civilización galáctica. Se pavoneaba entre sus hermanos dragones de menor rango genético, tenía brillantes planes para sus hijos y su vida no podía ser más perfecta dentro de su sociedad y cultura guerrera. Sin embargo, desde que Nhil apareció, toda su vida se difuminó como un sueño hermoso que se pierde con el tiempo después de levantarnos.

Esa vida tan perfecta se ha alejado tanto que parece imposible de alcanzarla y la miseria de hoy ha reemplazado todos sus recuerdo como un Padre ejemplar y un soldado admirado. Se lamenta en cómo es que fue a caer en esta trampa y por más que lo piensa, no sabe qué puede hacer para escapar de ella. No obstante, cuando las cosas no podían estar en una situación peor, lo son, y un vacío en su estómago que le revuelve las entrañas llega a él cuando piensa en Dorsan y en su forma de arrastrarlo para traicionar a los suyos.

Observa la puerta mientras su familia duerme detrás él en la pequeña habitación que se encuentra entre las rocas, sabiendo que ya ha perdido todo control de su vida. Los dragones no lloran, a menos de que hayan perdido su identidad y la incertidumbre gobierne sobre sus acciones y pensamientos. El orgulloso dragón, como en pocas ocasiones en su extensa vida, se limpia unas cuentas lágrimas de su áspera y dura piel escamosa. A diferencia de los humanos, las lágrimas en los dragones tienen efectos negativos. A los humanos eso les ayuda a desahogar sus emociones, pero con los dragones eso les provoca dolor, ya que es una señal de debilidad por haber sido derrotados. Aunque se dice que los dragones no tienen emociones, la verdad es que sí las tienen, pero a un nivel menor que cualquier otra especie inteligente. Usualmente sus emociones están reservadas para los hijos. Ni a sus Padres, ni a sus amigos ni a sus compañeros. Su mentalidad, costumbres y herencia genética ha logrado minimizar las emociones hacía los demás al punto de que parece que no existen, pero al mismo tiempo tienen ese sentimiento colectivo que los define totalmente en todo lo que son.

Al sentir que algo lo toca, se voltea y aprieta sus puños, pero al ver que se trata de su pequeña hija, suspira y fuerza una sonrisa. Ella le pide que se venga a acostar junto con su Mamá, pero su Padre le dice que tiene que trabajar, sin embargo, ella no quiere e intenta jalarlo hacía la cama para que duerma con su Mamá.

—Papá, por favor ven con Mamá —le suplica su hija con la sensación de que si no logra llevarlo a la cama, lo perderá para siempre, por lo que usa todas sus fuerzas a pesar de encontrarse débil.

 Su madre se despierta y le pide a Pever que regrese a la cama, pero la pequeña abraza a su Padre para que no pueda irse. Reindruss le pide que vuelva con su Madre, sin embargo, la dragona infante no tiene intenciones de permitir que se vaya, ya que sospecha que algo no está bien. Ya había visto a su Padre con esa mirada triste, pero ahora lo ve peor.

—Tus alas, están creciendo —le comenta su Padre al acariciar la cabeza de su hija, mientras ella sigue empedernida en no dejarlo ir.

—No sirven de nada, si aquí abajo no puedo usarlas —le increpa sin mostrar señales de que lo piensa soltar.

—Pever, ven aquí —la regaña su Madre. En su rostro de dragona se puede apreciar un cansancio crónico con unas ojeras pronunciadas y una mirada derrotada. La desesperación de no poder dormir ha matado todo intento por salir adelante y al igual que su compañero, sus dos hijos son su motor para seguir adelante.

—¿Me prometes que vas a volver? —le pregunta tras soltarlo, pero sujetándolo de la mano.

Su Padre se hinca y le da un beso en la frente. La mira detenidamente por un momento y puede apreciar todo lo que hace a un fuerte dragón en su hija. Eso lo llena de felicidad, aunque los gritos que provienen desde afuera la arrebatan su sonrisa y lo aterrizan en su desgraciada realidad.

—Volveré, ahora ve a la cama —le responde el dragón sin poder verla a los ojos, ni siquiera puede ver a su compañera, ya que no sabe lo que pasará realmente. Cada vez que ha salido para los trabajos que le han solicitado, la incertidumbre le hace pensar que no volverá a ver a su familia.

Athyl lo llama por su nombre y él no es capaz de voltear a verla. Ella lo sabe y es por eso que deja que se vaya sin decir otra palabra. Antes de cerrar la puerta, los mira de reojo y con fuerza cierra la puerta de metal. El insoportable hedor que proviene desde las profundidades lo arrastra a su cruel realidad desde la calidez de su familia; el frío lo obliga a cubrirse con un pedazo de tela.

Unos guardias del bloque habitacional lo saludan. Ambos son amigos de Reindruss a pesar de que no son dragones, sino de la especie de los insecto. Les regresa el saludo aun cuando le parecen seres grotescos y horribles en todo sentido. Las civilizaciones galácticas de los dragones simplemente no tienen ningún acuerdo con los insectos por considerarlos lo más desafortunados de los seres vivos. Inclusive con los insectos que tienen una apariencia divina y se parecen a los Protectores de los Universos.

Se coloca la capucha tras salir del bloque habitacional y con una mirada discreta observa a los seres de las otras especies que buscan una forma de obtener unas cuantas lunas. Recorre los caminos polvorientos y secos que tienen una tonalidad rojiza al igual que las rocas de todo el subterráneo. Un ser de los cetáceos le suplica que le dé un poco de agua y súbitamente se abalanza sobre Reindruss en un intento desesperado por conseguirla a toda costa. El dragón lo empuja sin ningún esfuerzo y el cetáceo cae y se lastima la columna. Con su ropa rota, mostrando gran parte de la desnudez de su cuerpo, el ser que tiene rostro de una ballena con cuerpo antropomorfo ignora su dolor agudo y le suplica que le dé un de agua. El dragón lo piensa por un momento, su primera reacción es en golpearlo por atreverse a tocarlo, pero ese guerrero dragón ya no es él, y en vez de hacer lo que su instinto le dicta, saca una botella de agua de su ropa y le da a beber al cetáceo. El dragón se levanta y lo deja en el suelo, con su botella de agua en mano y sin poder agradecerle por tener la botella empinada en su boca. Otros ven al cetáceo en el suelo, pero nadie se acerca a ayudarle.

Los guardias del ascensor validan su identidad y él les indica el nivel diez. Espera el ascensor por unos momentos y cuando llega, Reindruss intenta subirse, pero el guardia lo detiene. Le amenaza de que no intente nada, de lo contrario lo atraparán. Se atreve a amenazarlo aun cuando él es un dragón al igual que todos los residentes del nivel diez y se molesta por intentar ser intimidado por un dragón de linaje inferior a él, pero se contiene, así como lo ha hecho todos estos años.

El ascensor tarda unos minutos y llega al penúltimo nivel. Un dragón tan grande como él le pregunta sobre qué busca en el nivel diez. Reindruss no se deja intimidar y a través de su ropa extiende un poco sus alas, haciendo que el dragón se percate de que él es un dragón de un linaje superior. Él le informa que viene por la invitación de Melquized. El dragón guardia se comunica por radio y cuando le confirman la invitación, el guardia intenta mostrarse intimidante y le amenaza con que no intente nada, sin embargo, Reindruss lo ignora y por un momento el guardia estuvo a punto de detenerlo para reclamarle, pero lo deja ir.

El color rojizo de la roca y del suelo se vuelve una tonalidad más oscura, mientras que el misterioso hedor a putrefacto es un poco más fuerte en el último nivel accesible. A diferencia de los otros niveles, aquí no hay seres mendigando, vendiendo lo que se pueda o prostituyéndose. El nivel diez es un casi perfecto habitad de la civilización de los dragones si no fuera por el hecho de que tienen escasos recursos para construir casas más allá de ser cuevas con un sistema deficiente de iluminación, ventilación y de alcantarillado. Los niños dragones juegan en un pequeño parque con pasto y árboles los cuales son nutridos por luces artificiales y un sistema de riego que proviene de un ducto desde la superficie.

En su paso por las angostas calles del nivel diez, los dragones lo observan con miedo y admiración. Es raro ver a un dragón con alas en el subterráneo y a pesar de que las esconde debajo de su ropa es bastante evidente. Unos niños dragones lo obligan detener su paso y le piden que les muestre sus alas. El dragón se agacha y les pide a los niños que regresen con sus Padres. Decepcionados, los niños le reclaman a Reindruss, y acto seguido, un dragón de edad avanzada los reprende y le pide disculpas a Reindruss.

—No tiene por qué disculparse, aun son jóvenes como para entender nuestras costumbres.

—Si estuviéramos en nuestros planetas, sus Padres ya hubieran sido castigados por la falta de educación de sus hijos —le comenta el anciano dragón de poco más de diez mil años y a pesar de su avanzada edad, es tan fuerte o inclusive más que un dragón joven.

—Así es, sin embargo, no estamos en nuestro planeta y nuestras costumbres son algo ajeno a este nuevo mundo.

—Eso no es excusa para olvidarnos de quienes somos. Mientras un dragón recuerde nuestras tradiciones, nunca seremos olvidados. La fuerza de uno, es la fuerza de todos —exclama con exaltación el dragón de edad avanzada.

—Siempre unidos, sin importar la situación —grita Reindruss con una sensación poderosa en su pecho que lo hace sentirse bien y con la suficiente fuerza para intentar cambiar la situación de todos en el subterráneo a base de lo que mejor hacen los dragones, la guerra.

—Se siente bien recitar versos de las canciones ancestrales —le reconoce el dragón de edad avanzada.

—Nuestras células reaccionan, y la memoria de nuestra especie arde como el fuego. También puedo escuchar los susurros de mis ancestros.

—No dejes que la situación actual te quite ese poder que yace en el interior de todos nosotros, joven dragón guerrero. Tengo fe en todos ustedes —le pide el dragón de avanzada edad y con una palma sobre su hombro y una sonrisa, se aleja de Reindruss.

El vacío de su pecho desapareció. Los susurros de sus antepasados han activado una función muy especial que solo desarrollaron los dragones. Las canciones ancestrales logran activar un mecanismo en el que cada célula de sus cuerpos absorbe más energía de lo normal y le permite rendir el doble e inclusive el triple en todas sus capacidades intelectuales y físicas. Su memoria genética surge como susurros en sus mentes y los hacen entrar en un trance poderoso.

Llega al final del estrecho camino principal que conforma el nivel diez tras haber avanzado poco más de tres kilómetros con esa sensación de poder de sus antepasados. Se remueve la capucha y se acerca a los guardias que custodian la entrada de una enorme cámara entre la roca maciza. Les indica que está esperando a Melquized y ellos le piden que lo espere en una sala, sin embargo, el orgulloso dragón les asevera que lo va a esperar afuera, algo que los guardias no toman nada bien, pero se la piensan para reprenderlo al sentir esa comunión con el poder de los ancestros que surge de Reindruss.  Uno de ellos entra a la caverna y cuando sale, le indica al dragón que lo siga para ver a Melquized.

Camina entre anchos pasillos construidos con rocas. Pedazos de tela cubren las partes en donde las rocas no lograron encajar. El techo es tan alto como lo es la cámara subterránea, y aun así se logra escuchar las conversaciones de todos lados, excepto en la cámara de Melquized. El propietario de varias casas de placer y numerosos negocios ilegales recibe a Reindruss con alegría, no obstante, no lo demuestra y en cambio, se mantiene serio y con la cara de indiferencia, aunque la presencia de Reindruss lo hace sentirse bien. Melquized conoce a Reindruss, sabe que él es uno de los pocos guerreros de alto linaje que puede ser un rival formidable ante los hechiceros mágicos de Fatal.

—Reindruss, toma asiento —le ordena el dragón de la misma complexión que Reindruss, pero con un rostro un poco más salvaje y no tan estilizado, el cual tiene un parecido más al de un lagarto que de una serpiente.

Melquized tuvo alas, pero se las arrancaron por desafiar el domino de los humano. Dorsan junto con sus soldados de élite lograron derrotar al dragón y para mostrarles a todos su deshonrosa derrota, se las quitaron, aunque le podrían crecer nuevamente, pero para eso necesita la luz de las estrellas, los códigos básicos que envían las estrellas logran activar los mecanismos regenerativos de sus cuerpos, además de proporcionarles la energía que necesitan. El único órgano que no puede regenerarse completamente es el cerebro y los corazones.

—No pensé que volvería tan pronto. No después de lo que pasó.

Melquized deja de revisar una carpeta con unos reportes y el comentario de Reindruss lo hace pensar en sus compañeros que cayeron hace un par de meses.

Lograron asaltar un cargamento de refacciones de equipos de comunicación espacial. Con ese equipo podían construir sistemas para enviar un llamado de auxilio a sus hermanos en las estrellas. Sin embargo, cuando volvieron al nivel diez, lo primero que notaron es que no había guardias en el elevador y ante tal situación se prepararon para lo peor. Un niño dragón fue el que los alertó de que todos estaban en una enorme sección prohibida del nivel diez. Melquized dejó atrás la protección que le daba la formación de su ejército y corrió tan rápido como pudo a esa sección, ni siquiera se detuvo cuando su arma se le cayó.

Gritó con una furia que casi logró desgarrarse las cuerda bucales cuando vio a todos los residentes del nivel diez atados e hincados alrededor de un agujero. Cientos de hechiceros de élite siguieron las órdenes del general Dorsan y con su poder siendo manifestado obligaron a todos los residentes a mantener su sumisión.

—¡Esto pasa cuando robas al reino! —gritó el poderoso general de Fatal y ordenó aventar a varios residentes al agujero.

Dos misteriosos soldados encapuchados se interpusieron en el camino de Melquized. El dragón intentó derribarlos para detener a los soldados hechiceros, sin embargo, ambos misteriosos encapuchados mostraron su poder y consiguieron detener el avance de Melquized. Frente al dragón, el misterioso soldado de lado izquierdo manifiestó solo un ala de su lado derecho, un ala de color negro con blanco, demostrando el poder sobre el flujo de la muerte, mientras que el otro soldado hechicero manifestó una sola ala de su lado izquierdo de un color azul con verde, siendo el poder del flujo de la vida.

El dragón entró en un trance al ver a sus hermanos ser arrojados al pozo e intentó derribar a ambos soldados, pero no fue rival para ninguno de los dos. En una encarnecida batalla en la que Melquized fue brutalmente quemado por el poder manifestado de ambos soldados, el dragón cayó derrotado, pero sus compañeros lo ayudaron a levantarse y se prepararon para ayudar a los residentes.

Ambos soldados manifestaron su poder y crearon fuego para levantar una barrera. Dorsan observaba con asombro el poder de ambos soldados y les ordenó atacar a los compañeros de Melquized. Se removieron su ropa y revelaron su apariencia que dejó perplejos a los dragones. Dos jóvenes hechiceros de treinta años sonreían con sus cuerpos manifestando fuego por sus poderes sobre el flujo de la muerte y de la vida. De lado izquierdo estaba Jovar, él tiene el poder sobre el flujo de la muerte y lo manifiesta como flamas negras con blanco. Su cabello resplandece con el color de su poder al igual que lo hace el de su hermano, Aremor, con el poder sobre el flujo de la vida.

Los hermanos son hechiceros mágicos por naturaleza, no obstante, ellos decidieron participar en un experimento a cargo de Dorsan en el cual se buscaba potenciar el poder mágico a través de la infusión de flujo de la vida y de la muerte. Ambos hermanos tienen las mismas capacidades que cualquier otro hechicero, pero su poder principal es usar ambos flujos del planeta como armas. Sus escudos personales están hechos de flamas invisibles y son más fuertes que los normales, sin embargo, son incapaces de contraatacar.

Melquized se levantó y junto a sus compañeros atacaron a Aremor y Jovar, pero ninguno de ellos fue rival para ambos hermanos y en poco tiempo cayeron heridos por las llamas. Dorsan celebró el triunfo de los hermanos y le ordenó a Melquized y a los demás que se mantengan en el suelo. El dragón se comió su orgullo y le suplicó que no arrojaran a nadie más al abismo.

—¡Ya basta, Dorsan! —gritó Melquized tan fuerte que el eco se escuchó varias veces en la enorme cámara subterránea—. Nos rendimos.

—¿Acaso no es asombroso, Melquized? —le preguntó Dorsan extasiado por ver el increíble poder de los hermanos—. Dos jóvenes que perfeccionaron su poder con nuestra tecnología lograron derrotarlos sin esfuerzo.

—Todos ustedes están malditos —le reprochó Melquized con sentimiento—. Usan el poder del planeta como un juego.

—¡Te equivocas! Este poder es más allá de lo que Gaia puede darnos. Este poder es gracias a nuestra comprensión y tecnología. Pero, no espero que ustedes lo puedan entender —le reprendió Dorsan y se detuvo junto a los hermanos que miran a los dragones frente a ellos como si fueran menos que animales—. Oh, por cierto, el equipo que robaron ya ha sido recuperado por mis hombres.

Los hechiceros que acompañan a Dorsan dejaron de manifestar su poder y salieron de la cueva subterránea. Los hermanos los amenazaron de que si intentaban algo, los quemaran hasta ser puros huesos. El dragón líder les pidió a sus compañeros que ignoren a los soldados de Dorsan y se enfoquen en ayudar a los residentes.

Melquized se sienta frente a Reindruss y le pide que lo acompañe en un robo de una nave especial. El dragón se levanta y la sensación de que su familia puede ser arrojada por ese abismo lo obliga a negarse de forma contundente.

—¡Fuimos traicionados por los felinos de Brivader! —exclama Melquized, adelantándose a lo que Reindruss quería decir—. No volveré a cometer ese error.

—¿Por qué me necesitas? —le cuestiona Reindruss.

—Tú sabes porqué, Reindruss. La lealtad entre nosotros se ha perdido y eres de los pocos guerreros calificados que sabe lo que es la lealtad. Necesito más como tú. Dragones con la mentalidad de señores de la guerra.

—Es una pésima idea.

—¡Lo sé! Lo sé. Es un suicidio, pero si logramos conseguir esa nave…

—¿De verdad crees que nuestros hermanos de allá afuera vendrán a rescatarnos? —le reclama tras interrumpirlo.

Melquized se levanta de la silla y estaba a punto de responderle, sin embargo, el silencio se hace eco en la habitación. Mira a Reindruss y desconcertado voltea a todos lados. Suspira y le responde que lo único que los mantiene unidos es la esperanza de que serán rescatados por sus hermanos galácticos.

—¿Puedes hacer esto o no? —le pregunta Melquized con rostro decaído.

—Lo haré, pero esto no hará ninguna diferencia.

—Eso no importa. Lo que importa es que siempre exista un plan a seguir.

—Muy bien, ¿y cómo comenzamos? —le pregunta Reindruss.

—Mañana a primera hora nos vemos en la casa del Frenesí y ve preparado para pelear, todo puede pasar. Si necesitas una armadura, ahora es el momento.

Reindruss le rechaza la armadura ya que tiene su antigua armadura de guerra. Se retira y regresa a su casa, mientras que Melquized se queda pensativo en la soledad de la habitación. Reconoce que el plan es un suicidio, pero si no hace algo para mantener viva la esperanza de su gente, entonces los humanos de la superficie habrán ganado.  

Siguiente capítulo: Lejos de Casa – Capítulo 4: Casino Galante


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