Lejos de Casa – Capítulo 1: Tiempos Desesperados

Publicado por JLT en

Lejos de Casa – Capítulo 1: Tiempos Desesperados

Día segundo del mes Tercero del año 3260 – 12:40 AM – Atlantis, Ciudad Capital del Reino de Fatal

Sus demacrados rostros revelan un estado de desesperación total en el que constantemente observan a todos lados con miedo al sentir que en cualquier momento vendrán a cazarlos como si fueran menos que simples animales. Se miran entre ellos e intentan obtener la suficiente confianza para seguir con el plan. No es la primera vez que la hacen y no será la última, pero el terror de saber que pueden ser atrapados es algo que los mata por dentro. No es por gusto, ni tampoco es por ir en contra del sistema, es por sobrevivir y para que sus familias puedan vivir otro día.

El dragón Reindruss lidera el grupo de asalto a un almacén de suministros para las estaciones submarinas del complejo militar de Rox Merina. No necesitan todo, pero unas cuantas cajas con alimento y medicina les ayudará a vivir unos cuantos meses más, pero, ¿vivir qué tipo de vida? Reindruss y su familia llegaron con la esperanza de vivir en paz en un planeta protegido por la Corte Celestial, sin embargo, lo que le vendieron resultó ser una mentira. El sueño de Terra Gaia, el edén y el nirvana que tanto se contaba no era más que una vil ilusión.

No fue nada sencillo conseguir la entrada a Terra Gaia, pero Reindruss tenía los contactos necesarios. Tomó a su compañera y a sus dos hijos pequeños y se adentró en el sueño de Terra Gaia. La civilización humana actual es majestuosa y es considerada una superpotencia en todos los aspectos, inclusive hay civilizaciones galácticas que sienten envidia por las proezas que consiguieron en tan poco tiempo, como lo es el conectar con los mundos superiores sin caer en la locura total. Reindruss y otros refugiados pensaron que sería un paraíso al entrar en una sociedad humana tan perfecta y avanzada, pero la realidad resulto ser distinta. Los habitantes de los trece reinos simplemente no quieren saber nada sobre los refugiados de las otras especies. Las administraciones de los reinos les tienen prohibido subir a la superficie, por lo que los refugiados deben de permanecer en las cuevas subterráneas que una vez fueron hogares de elementales legendarios.

Perdieron todos contacto con el exterior y ya no pueden salir del planeta por su nuevo contrato de alma. Aquel que entra en Terra Gaia se quedará hasta el final de los días, y ese fue un alto precio que pagaron todos los refugiados que aceptaron formar parte del planeta. Su única esperanza es alcanzar una forma de comunicación exterior y pedirles ayuda a sus familias galácticas, pero la mayoría de ellos ya perdieron toda esperanza y tan solo se limitan a sobrevivir. Reindruss tiene poco tiempo que llegó a Terra Gaia y es por eso que aún tiene esa esperanza de alcanzar las estrellas.

El dragón asiente e inmediatamente sus acompañantes se abalanza sobre los guardias para dejarlos inconscientes. Cuando ya nada se interpone entre ellos y las cajas de suministros, Reindruss llama a todos para ir a por el botín tan preciado. El dragón de dos metros de altura, con una cola larga y pesada, y con sus impresionantes alas, se queda y observa a todos lados. Siente que es una trampa, ya que todo el asalto les ha resultado demasiado fácil. Con su poder de ilusiones e invocaciones fue capaz de burlar a los guardias sin problemas, pero algo dentro de él le indica que los están observando.

Sus compañeros de la especie de los dragones, humanos, felinos, cetáceos e insecto se regocijan de alegría por llevarse un gran botín sin haber recibido una sola baja. No es común que todo sea tan sencillo, pero el dragón evita convencerse a sí mismo de que se están haciendo diestros en el arte de saquear a la administración. Los dragones son inteligentes y Reindruss simplemente no acepta una victoria tan cómoda. Se llevan un par de docenas de cajas de todo tipo de suministros.

Antes de irse del almacén observa cada rincón del enorme edificio. Acepta que quizás tuvieron suerte y se da la vuelta para regresar a casa junto con sus compañeros. Súbitamente, un reflejo se observa sobre la posición de las cajas que robaron. Una voz confirma que fue el dragón Reindruss el que estuvo detrás del atraco a los suministros. La respuesta le llega directamente a su mente, acepta la nueva orden y verifica que los guardias estén con vida. Al reportar que ambos guardias siguen vivos, una nueva orden llega a su mente y el agente en modo invisible regresa a la base.

En su camino de regreso pasan por varias casas de seguridad que son usadas por contrabandistas y otros refugiados de las otras especies. Un dragón más pequeño que Reindruss detiene su convoy y les pide que paguen la cuota de pase seguro. Reindruss lo observa y no puede evitar sentir lástima por él. Un humano puede traicionar y matar a otro humano, un felino también, pero un dragón no. La especie de los dragones y todas sus civilizaciones tienen el mismo núcleo. Nunca se traicionan entre dragones y siempre se apoyan mutuamente sin importar nada, aunque existen excepciones. El dragón Reindruss siente un enorme orgullo por su especie que lo llena de vida, pero cuando fue abandonado ante la amenaza de Nhil por parte de los que juraron proteger a su civilización, una parte de él murió como dragón.

Observa al que le exige la cuota y se siente defraudado por su propia especie, pero son tiempos desesperados y puede entenderlo. De mala gana les arrebata una caja a sus compañeros y se la da al dragón que le agradece sin atreverse a mirarlo a los ojos, ya que él también es un dragón y sabe que está obrando contrario a lo que su especie representa.

    El convoy de Reindruss sigue su paso hasta llegar a un edificio abandonado en las afueras de la ciudad de Atlantis. Para llegar ahí necesitaron pasar por alcantarillas y varias fosas sépticas, pero no tenían alternativa, en el momento en que pongan un pie en las calles de la metrópolis de Fatal serán atrapados por grupos de cazadores hechiceros fuertemente armados. El edificio lleva hasta el enorme complejo subterráneo de cuevas que hay por toda la ciudad. Ahí reside su familia y la de sus compañeros que se atrevieron a asaltar los suministros del ejército.

Llegan hasta la improvisada puerta que está custodiada por jóvenes que esperan a sus padres para poder comer. El hijo de Reindruss, Zhafro lo recibe y le pide que vaya con él, ya que su hermana está muy mal. Reindruss le pide al segundo al mando que supervise el acomodo de las provisiones y el felino le responde que así lo hará.

La pequeña niña de tan solo trece años se alegra al ver a su padre, intenta levantarse de la cama, pero sus intentos son inútiles. Los seres de la especie inteligente de los dragones maduran más lento que los humanos, la pequeña dragona de trece años es equivalente a una niña de cinco años. Su padre se sienta junto a ella y le pregunta a su compañera Athyl cómo están, pero su compañera le reitera que lo único que importan son sus dos hijos.

—Necesita medicina para ella. La medicina humana no le funciona —le reclama la dragona Athyl sintiéndose agotada y desesperada por la situación que no mejora a pesar de todos los intentos de su compañero.

—Estoy bien Padre. Mira, ya están creciendo mis alas —exclama Pever, aunque pequeña de edad, es muy inteligente—. Mis pulmones están fuertes, solo es este dolor molesto que aparece cuando estoy jugando.

—¿Tienes hambre? —le pregunta su padre con mirada triste, pero por su rostro de dragón no lo aparenta—. Hijo, ve por frutos blancos, diles que son para mí.

El hijo de veinte años, que apenas alcanza la estatura de un metro y medio, corre hasta los suministros para traer plátanos, ranias, peras, manzanas y mores. Algunas frutas nativas del continente, mientras que las otras fueron traídas desde los otros continentes que siguen azotados por los últimos años de la era glacial. Aunque los seres de las otras especies son compatibles con el planeta, ciertos alimentos les son difíciles de procesar. De entre todas las frutas, los plátanos y la carne de milosario es la que tiene una aceptación total de todos los seres de las otras especies que habitan Terra Gaia.

—Padre, ¿cuándo voy a poder ver el atardecer de este planeta? He escuchado que es naranja, y no verde como el que teníamos en casa —le pregunta Pever y deja a su Padre sin respuesta. Su madre Athyl le responde que pronto podrá hacerlo porque siguen las negociaciones con los humanos que dominan la superficie.

Zhafro llega con las provisiones de frutos blancos y le da uno a su hermanita. Ella sonríe y come como si no hubiera comido desde hace semanas. Reindruss guarda silencio y se limita a sentirse feliz por su hija, pero la sensación de que trajo a su familia a un lugar peor lo consume por dentro. Le pide a su hijo que se quede con Pever, mientras él va a hablar con su madre.

Cuando encuentran un sitio privado, Athyl lo abraza y se recarga sobre el pecho de Reindruss, y siente una leve sensación de querer llorar, pero un dragón no llora por cualquier cosa a menos de que sea algo que no pueda soportar. Ella le suplica que no puede más con la situación, no puede con el hecho de que su hija está enferma y no pueda hacer nada, porque la pequeña Pever necesita de la luz de la estrella blanca. Se siente mal por haber sido engaña de esa forma y pensar que Terra Gaia sería un lugar para su familia.

—Si tuviera el poder, en estos mismos instantes abandonaríamos este maldito planeta por siempre, pero estamos atrapados. Nuestras almas están ancladas y no hay nada que podamos hacer al respecto. Lo siento Athyl, lo siento mucho.

—¿Y por qué los comandos no hacen nada al respecto, ni siquiera la corte celestial? Ellos saben lo que está pasando aquí. Saben que fuimos engañados y que los humanos nos tienen atrapados aquí como si fuéramos nada. ¿Por qué nos abandonaron? Primero fue Nhil que destruyó nuestra civilización y ahora esto.

—Lo sé, lo sé Athyl, pero recuerda que está es una civilización Fuletress…

—Las civilizaciones del tipo Fuletress no aceptan a refugiados de ninguna civilización galáctica, Reindruss —le reclama Athyl molesta—. Una civilización así ni siquiera sabe que hay vida en otros planetas.

—¿Qué quieres que te diga, Athyl? No hay un solo día que me arrepienta de haberlos traído aquí, pero era esto o ser parte de Nhil, y no podía condenar el alma de mi familia a ese infierno.

—Es tan injusto, Reindruss. Todo es muy injusto. ¿Para qué sirve la corte celestial si no nos protege de seres como Nhil? ¿Por qué el creador permite que esas bestias aprisionen las almas de los demás?

—¡Escúchame Athyl! ¡Escúchame bien! Vamos a salir de este planeta. Haré todo lo posible por sacarlos de este planeta, tan solo necesito que los demás me sigan…

—¡Los demás son unos traidores! —le increpa Athyl—. No son verdaderos dragones. Un dragón nunca abandona a sus hermanos, ¡nunca!

—Lo sé, Athyl, lo sé, pero al igual que nosotros, ellos también fueron engañados y lo hacen por sobrevivir. Pero si todos logramos organizarnos, entonces supondremos una resistencia formidable al dominio de los malditos humanos de la superficie. Si tan solo pudiéramos contactar a los dragones ancestrales, ellos nos podrían ayudar.

—¡Ellos nos traicionaron! ¡Ellos no son verdaderos dragones!

—Pever, nuestra hija. ¿Necesita algo más? —le pregunta Reindruss con mirada distraída.

—Tú sabes bien qué es lo que necesita. Ella necesita libertad —le responde Athyl y al ver a su compañero observando una pared vacía le da un golpe en la cara—. ¿Hace cuanto que no duermes?

—No recuerdo, el hambre no me deja dormir.

—Mírame —exclama Athyl—. Necesitas dormir y alimentarte. Necesito que estés en tu mejor forma para salir de este infierno. Al principio lo aceptamos, pero esto no puede seguir así, este no es lugar para que una niña crezca, y me temo que no sobrevivirá si no hacemos algo al respecto. Te necesito Reindruss, necesito al líder militar que fuiste una vez, no a lo que te has convertido bajo el dominio de los humanos.

El dragón abraza a su compañera y por primera vez desde que llegó a Terra Gaia, lágrimas recorren su áspera y dura piel, porque sabe que tiene razón.

Siguiente capítulo: Lejos de Casa – Capítulo 2: Propuesta


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