La Primera Gran Guerra

Publicado por JLT en

La Primera Gran Guerra

En la trama del cosmos, bordada con hilos de luz estelar y sombras eternas, la Primera Gran Guerra fue inscrita como el alba tumultuosa de una era inmemorial. Este conflicto colosal fue concebido tras la rebelión del séptimo Protector de los Universos, Shaddai, cuyo desafío a los designios divinos fracturó la armonía celestial. Las civilizaciones madre, recién nacidas del polvo estelar y ambición cósmica, fueron lanzadas a un torbellino de caos y destrucción. En ese entonces, su conocimiento sobre la espiritualidad era tan tenue como el brillo de una estrella distante, y su dependencia de la tecnología, tan firme como el núcleo de un planeta. En este tiempo de desolación, la Corte Celestial yacía en ruinas, un eco silencioso del conflicto fratricida de Shaddai.

Cuando Shaddai, en su arrogancia divina, impuso el “Cambio” sobre la creación, la oscuridad se enraizó en los corazones de los seres, y el universo, antes un tapiz de cooperación y paz, se desgarró en un conflicto feroz. Las civilizaciones Madres de los Dragones, seres de poder insondable y orgullo indomable, fueron los primeros en alzar la estandarte de la guerra. En su arrogancia, veían el cosmos como su dominio por derecho, una herencia divina incontestable. Frente a su avance implacable, las especies de los Humanos, Felinos, Insectos, Cetáceos y Aves se vieron obligadas a forjar el “Pacto”. Unidos en desesperación pero divididos en fuerza, estos aliados improbables comenzaron una carrera contra el tiempo, desarrollando tecnologías y estrategias para rivalizar con la supremacía de los Dragones.

El choque de civilizaciones envolvió al cosmos en un manto de destrucción. Cientos de ciudades fueron reducidas a cenizas, y un mar de estrellas se vio manchado por el dolor y la pérdida. A pesar de la magnitud de su sufrimiento, los Dragones persistieron en su cruzada, convencidos de su superioridad y de su derecho divino a gobernar el universo sin oposición.

La guerra desgastó a todos. Los Cetáceos, los Insectos y las Aves, despojados de todo salvo de su espíritu indomable, se encontraron al borde de la extinción. Los Humanos y los Felinos, luchando en otro frente, defendían sus mundos con una tenacidad nacida del desespero. En un movimiento estratégico y despiadado, los Dragones lanzaron un asalto final contra los Cetáceos, determinados a erradicar su presencia del cosmos. En este momento crítico, la alianza se fracturó; los Felinos, enfrentando la inminencia de su propia destrucción, se retiraron para salvaguardar sus planetas. Sin embargo, un contingente de valientes guerreros felinos, movidos por un código de honor inquebrantable, decidió permanecer y luchar hombro con hombro con los Humanos.

El ataque de los Dragones fue una tormenta de fuego y furia, arrasando el corazón de la civilización Cetácea. Sin embargo, los Cetáceos, en un acto de valentía desesperada, se unieron a la batalla, dispuestos a sacrificarlo todo por su supervivencia. Los Humanos, al ver a sus aliados al borde del aniquilamiento, se lanzaron al combate con una ferocidad que desafió la lógica misma. Los Dragones, desconcertados por el ardor y el sacrificio de sus adversarios, se enfrentaron a una resistencia que desafiaba su visión del orden cósmico.

En medio del caos, emergió el grupo “Ultimus”, la última esperanza del Pacto. Compuesto por los guerreros más valientes y habilidosos de los Humanos y los Felinos, este grupo se embarcó en una misión suicida. Infiltrándose en la nave nodriza de los Dragones, un bastión de poder casi inexpugnable, el grupo Ultimus luchó con una determinación que trascendía la vida misma. Atravesando defensas insuperables y enfrentando desafíos inimaginables, llegaron al núcleo de la nave. En un acto final de sacrificio, desataron la destrucción de la nave nodriza, poniendo fin a la Primera Gran Guerra y alterando para siempre el curso del destino cósmico.

El legado de la Primera Gran Guerra perduró a través de los eones. Aunque otras guerras mancharon las páginas de la historia, el sacrificio de los héroes de esa era primordial condujo a la formación de la “Hermandad Cósmica”. Este pacto, forjado en la memoria de aquellos que dieron todo por la continuidad de la vida, prometía una coexistencia pacífica entre todas las especies. Y en la sombra de este juramento, la Corte Celestial, renacida de las cenizas de la discordia, se alzó como el guardián definitivo de la paz, dispuesta a intervenir si la sombra de la extinción amenazaba una vez más el intrincado tapiz del cosmos.

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